domingo, 30 de octubre de 2011

YO TAMBIÉN JUGUETEO CON LAS LLAVES


Vuelvo a hacer referencia a la película de Will Smith  titulada "Hitch". En esta ocasión para darle la razón; lo siento chicas, pero Alex  Hitches nos conoce bastante bien.


Os la recomiendo; nos reiremos de nosotras mismas, y de ellos.

domingo, 23 de octubre de 2011

Y, A PESAR DE TODO, COMÍAS CHUCHERÍAS


Aquí estoy, en mi casa, muy abrigada, escuchando la lluvia y con un montoncito de pañuelos de papel impregnados por mis mocos. Si, estoy resfriada.
Desde la mesilla, me está llamando un paquete de Donuts de chocolate; creo que su victoria es inminente, ya que la nostalgia se ha puesto de su lado.
Cuando de pequeña conseguía convencer a mi madre de que estaba muy enferma (supongo que el pasarme parte de la noche vomitando también ayudaba a ello), también conseguía otras muchas cosas.
Primero, y muy importante para un niño, no ir al colegio; lo que ya era, con perdón, la ostia. ¿Cuántas madres te dejaban sin clase solo porque estabas enfermo? o ¿a cuántos de vosotros os funcionaba lo de que teníais fiebre? A ninguno. Ellas tienen un termómetro que no falla nunca: la palma de la mano. O, en su defecto, y ya para las más "pros", los labios. Con un beso en la frente saben si te vas a morir o no por la fiebre.
Una vez superada la primera prueba, te toca meterte en cama, no vaya a ser que te coja el frío (tarde, ya me cogió) y te pongas peor.
Y ahí estás tú, en la cama, sola, sin nada que hacer, aburrida, enferma, y sola. ¡Qué mierda! Ya que me quedo en casa podía...podía...podía no aburrirme y no estar sola. Que estoy enferma y no noto empacho de mimos.
Pero no hay problema. En un rato, corre la voz de que la pequeña de la casa está "malita" y por las escaleras sube corriendo mi abuela para ver como de mal estoy; y de paso, empacharme. Literalmente.


Con mi abuela, también entraba en mi habitación la tan vilipendiada bollería industrial. Una caña de chocolate y crema, un triángulo, unos Donuts; cualquiera de ellos era un manjar de dioses que se me ofrecía como cura. Pero se quedaba en la mesilla. Por lo menos hasta después de la sopa de pollo que tu madre te había preparado.
Habías estado vomitando casi toda la noche, la garganta te dolía porque tus amígdalas, bastión por excelencia de tu cuerpo, estaban sitiadas y tú, a pesar de todo, comías chucherías. ¡Con dos cojones! ¿Qué ibas a hacer? ¿Un feo a tu abuela? Esa mujer cuyo sentido arácnido presintió que estabas postrada en una cama, sola, aburrida y con dolor de tripa. ¡Vamos hombre! Ante todo educación.
Con la llegada de la hora de comer, surgía esa frase tantas veces pronunciada por un niño. Mientras todos comían en la cocina, tú seguías sola en la cama. Entonces, forzando tu garganta, gritas: "¡Me aburro!" Pero nadie acude. Lo intentas otra vez: "¡Me aburro!" Y nada. Aunque, parece que alguien se acerca; si, es uno de tus hermanos. Sabía que en el fondo soy para ellos algo más que la enana toca pelotas con la que tienen que cargar de aquí para allá; también soy su fuente de bollería industrial. "La abuela trajo Donuts para los tres" ¡Y una mierda! Los trajo para mi, que para eso estuve echando mis entrañas por el water toda la noche. 
No importa, vivimos juntos, y los resfriados se contagian; ya me cobraré con una caña de chocolate y crema, un triángulo o unos Donuts.
Pero lo mejor de estar enferma era el  poder disfrutar de la televisión en la habitación todo el día (para los más jóvenes, antiguamente, la televisión solo estaba en la cocina y, quienes tenían dos, en el salón también). Claro que, al no tener mando a distancia 
(para los más jóvenes, antiguamente, había televisiones en las que, para cambiar de canal, te tenías que levantar -¡dios mio!- y pulsar con un dedo los botones), terminaban por quitártela para que no dieses el coñazo con un: "¡Mami, me cambias de canal! ¡Me aburro!"
Ahora de mayor ya no te quedas en casa por un resfriado, te vas a trabajar igual y a extender el mal por todos tus compañeros; prestar pañuelos de papel afianza los lazos empresariales. Al llegar a casa no tienes una sopita de pollo, si la quieres te la haces tú. Ya no te hace ilusión ver la tele desde la cama, no es una novedad, ahora es rutina.
Y ningún hermano te roba un Donuts, porque al salir de trabajar no te apetecía ir a la tienda a comprarlos.
Acabo de comerme uno de chocolate pero no me sabía como los de antes, igual tenía que estar en cama, sin nada que hacer, aburrida y sola. Igual  para disfrutar de un resfriado hay que ser pequeña. 

  

miércoles, 19 de octubre de 2011

CAMINAREMOS



Creo que con la imagen poco más hay que decir.
Hoy es un día en el que mucha gente nota una punzada en el corazón: por la batalla ganada, por la estrategia que está siguiendo para ganarla o por la amarga derrota.
Muchas mujeres tienen o tendrán este día muy presente durante el resto de sus vidas; yo, al menos, lo tendré durante el resto de la mía.
Este día nos tiene que servir para tener presente al cáncer y evitar que tenga futuro.
Hay que seguir caminando y enfrentarse con él para, después de una dura batalla, poder decirle a la cara: 
¡ADIÓS!  Y HASTA NUNCA.

A continuación os dejo un enlace que, de manos de la Asociación Española Contra el Cáncer, os llevará a un libro, en el que podréis leer diferentes relatos en torno a esta enfermedad, así como información sobre ella y consejos para afrontarla.

sábado, 15 de octubre de 2011

A ESTAS ALTURAS ESTABA EMPAPADA


Recuerdo que cuando era pequeña, a estas alturas del año, ya estaba aburrida de la lluvia. Los días eran breves porque regalaban sus horas a la noche. En alguna ocasión, las tormentas se sacaban de entre sus rayos y truenos un día festivo y las mamás no llevaban a sus niños al cole porque se resfriarían de hacerlo.
El trayecto que separaba mi casa del colegio era un cúmulo de transeúntes con mochila y paraguas indomables, que sorteaban charcos y goteras con mucha prisa, pero no por entrar en clase; "con lo bien que se estaba en cama mami".
Había un tramo del camino que era el temor de todo aquel que por él  pasaba en días de lluvia. Se trataba de una curva bastante pronunciada donde, en los días de muy mal tiempo, te esperaban dos cosas: un conductor con prisa por llegar y una madre con sus hijos en tensión por ver quien de los dos pasaba primero. 
Con mas nervios que los corredores de fórmula uno en la salida, mamá se ponía delante de sus vástagos y miraba al fondo de la curva; mientras lo hacía, otras madres y sus retoños se apelotonaban tras nosotros y esperaban la señal. Como William Wallace  tras su discurso para levantar el ánimo de sus tropas, mi señora madre grita "¡¡¡¡ahora!!!!!"
y un grupo enloquecido de madres y niños corren por toda la curva. A la derecha ven el enorme charco que les amenaza, mientras siguen pendientes del frente, 
 atentos a la llegada próxima de un conductor. ¡Ahí lo viene!, ¡se acerca! El muy cabrón parece que acelera ante la llamada del montón de agua y los paraguas y mochilas botan con mas fuerza logrando escapar; todos menos Pablito. En el fondo es un afortunado, volverá a casa para cambiarse y quizá se resfríe ganándose unas merecidas vacaciones.


Sobrepasada la primera prueba, siempre quedaba el golpear del viento contra nuestros paraguas. Como una buena capitana de navío, mi madre dirigía  la colocación del artilugio: "ahora sopla de la derecha", "por la izquierda", "el traicionero nos viene por detrás". La coreografía de colores debía ser divertida.
Al paso por las casas llegaba la picaresca y la música. Acompañando el murmullo de las voces a medio despertar, se escuchaba el golpeteo de las gotas de los tejados . Ese golpe sobre el paraguas era tentador. Tanto, que variabas el rumbo solo para que fuera tu paraguas el afortunado.¡Ploc, ploc! Subías un escalón, te pegabas a la pared de una casa, como consecuencia rascabas la fachada con las varillas del paraguas, bronca de tu madre. ¡Qué recuerdos!
Pero lo que, sin lugar a dudas, era el sumun de lo prohibido y, por lo tanto, imposible de evitar: eran los chorros de agua que caían por los canalones de los tejados. Ahí estaban, golpeando la acera, iluminados por un alo de luz celestial cuya música te llamaba. Te llamaba e ibas. Uno tras otro, todos pasábamos por él (jejejejejejeje). Lógicamente, mamá sabía de antemano lo que ibas a hacer, y te dejaba. Eso si, una vez debajo, alargaba su mano y empujaba de ti tirando de la punta del paraguas. Si, sirve para eso; para cortarte el rollo cuando eres pequeño.
Consecuencias: tu mochila se moja porque el tirón la deja a merced de la lluvia, la manga de la gabardina de tu madre se moja porque le cae todo el chorro encima, tropiezas con tus hermanos porque el paraguas te tapa la visión frontal y les mojas sus mochilas con tu paraguas porque eres más bajito que ellos. Pero el chorro no se puede evitar, es sagrado, una cuestión de fe.
Con todo llegábamos al patio del cole, donde comenzaba el cambio de vestuario: botas mojadas por zapatos secos y fríos. Una vez  te despojabas del chubasquero, entrabas en clase dejando una hilera de gotitas a tu paso, te sentabas y ya no te tenías que preocupar de nada de fuera. Por no preocuparte, ni te preocupabas de tu madre. No era necesario; ella enseñó a William Wallace, es capaz de adelantarse a los golpes del viento y sabe de sobra donde están los mejores chorros de agua para divertirse por el camino. No es necesario preocuparse por ella, ya es "mayorcita".


miércoles, 5 de octubre de 2011

CONFIESO QUE ESTOY ENAMORADA


Hoy llegó el momento de tocar el corazón, de alargar los dedos y acariciarlo con toda la intensidad posible.
Lo que toca hoy no es una caterva de declaraciones cursis y tópicas; de ser así, solo rozaríamos el corazón y parecería que estamos dentro de una comedia romántica.
Esto es una declaración de amor. 
No quiero que cunda el pánico, no voy a hablar de mi primer beso y no voy a relatar una historia con matices románticos y final feliz. Voy a hablar del amor de verdad, de mi amor verdadero.
Voy a contaros cómo se puede sentir tanto amor que llega a doler y a enfadar. Cómo un día sientes que amas a una persona cuando te das cuenta de que tienes que aprovechar cada minuto a su lado, antes de que se te vaya, antes de que alo mejor se muera. 
Hablaremos de cómo un silencio, aveces, es la mejor compañía; y que la persona que lo comparte a tu lado, sin romperlo, es esa persona. No entiende que te calles,  pero no grita para formar ruido.
Os contaré que, aunque un niño no sepa hablar puede alegraros el día solo con veros y sonreír. Esa sonrisa será tu salvavidas muchas veces, porque no se borra.
También os diré que un café en el lugar de siempre es la monotonía que necesitas al salir de tu rutina; y que conversaciones sin sentido son señal de inteligencia.
Declaro mi amor a cada una de las personas que aman; suena cursi, anticuado (ya no se hacen estas cosas) y ridículo, pero hoy me apetecía.


sábado, 1 de octubre de 2011

Y AHORA...UN TANGO


Continuando con el baile, hoy toca una de las mejores escenas del musical "Chicago". Espero que la disfrutéis.