Me desperté una mañana,
reconocí un jardín sobre mi.
Miles de flores se enredaban,
construían un laberinto sin fin.
Caminé sobre sus raíces,
mis pies descalzos posé
y la tierra seca noté.
Ante mi mil riquezas aparecieron,
corrí hacia ellas, pero no las alcancé.
Después una mujer y el amor eterno,
pero era un espejismo lo que deseé.
El suelo bajo mi se abrió
y una mano al infierno me arrastró.
Todo lo malo el demonio me enseñó;
al jardín deseé volver.
Humedad en mi rostro comencé a notar,
se arrastraba por el cuerpo para ir al suelo a parar.
Raíces de flores nacieron donde la lágrima cayó
y una mano desde el cielo me salvó.
Habiendo contemplado lo bueno y lo malo pensé:
"¡Qué afortunado soy!"
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