martes, 26 de julio de 2011

SOBREVIVIR

      "Haz preparativos para cien años y prepárate para morir mañana."                Roberto Canesa, superviviente.


 El 13 de octubre de 1972 un Fairchild F227 de las Fuerzas Armadas Uruguayas, contratado para trasladar a un equipo amateur de rugby y en el que viajaban 45 personas, despegó de Montevideo hacia Santiago de Chile. Noticias de mal tiempo en los Andes obligaron a aterrizar el avión en la pequeña ciudad argentina de Mendoza.
A las 15:30 del día siguiente el piloto realizaría lo que sería su última comunicación con la torre de control de Santiago. 
El avión caería en la cordillera de los Andes, frontera natural entre Chile y Argentina. La mayoría de los ocupantes pereció en el accidente, otros en días posteriores debido a las heridas recibidas, y algunos por un alud de nieve que los sepultó.   
Diez semanas después de la tragedia, cuando ya se habían suspendido todas las operaciones de rescate, un campesino chileno que apacentaba el ganado en un valle situado en las profundidades de los Andes, divisó a dos hombres con un aspecto muy deteriorado. Se trataba de dos de los supervivientes del Fairchild F227. Sus nombres eran Roberto Canesa y Fernando Parrado y acababan de atravesar los Andes con la esperanza de encontrar ayuda para devolver a la vida a sus compañeros.
 
Paez y Parrado se abrazan después de haber sido rescatados de la cordillera, después de más de 70 días de odisea, el 22 de diciembre de 1972.

 La historia de la tragedia se hizo mundialmente conocida a través del libro "Viven", del estadounidense Piers Paul Read, traducido en catorce idiomas, de la película del mismo título, cuyo contenido causó malestar a varios de los supervivientes, y de documentales.

Estos son los dieciséis supervivientes:

José Pedro Algorta, Adolfo Strauch, Roberto Canesa y Alfredo Delgado.

Eduardo Strauch, Daniel Fernández, Roberto Francois y Roy Harley.
Jose Luís Inciarte, Álvaro Mangino, Javier Methol y Carlos Paez Rodríguez.
Fernando Parrado, Ramón Sabella, Antonio Vizintin y Gustabo Zerbino.

Quizá a muchos no os suene esta historia, pero seguro que os suena la parte en la que los supervivientes tuvieron que alimentarse con la carne de los cadáveres de sus compañeros de viaje. Es natural que esto os haga recuperar de vuestros recuerdos tal historia, puesto que solemos quedarnos con los detalles más morbosos de las noticias.
Pero el que yo me acuerde de esta hazaña humana no va por ahí, sino que va por el lado humano y, por qué no, por el animal que nos hace sobrevivir ante cualquier situación "in extremis" en la que nos veamos envueltos.
¿Qué no haríamos por sobrevivir? Seríamos capaces de atravesar los Andes apenas refugiados del frío y sin saber muy bien hacia donde vamos, con tal de poder continuar viviendo.
Seríamos capaces de correr más que nadie, incluso volar, con tal de volver a ver amanecer otro día más.
Seríamos capaces de sacar fuerzas de la nada para soportar días atrapados bajo un rascacielos entero, con tal de continuar respirando.
Incluso seríamos capaces de lastimar para que la rabia que provoca  nuestra herida, de fuerzas a otro para levantarse y continuar caminando en la vida.
Todo lo haríamos sin pensar, con tal de poder continuar diciendo: "estoy vivo."
Ocurren tragedias todos los días, a miles de kilómetros o en tu propia casa. Nadie está libre de una,  pero cada uno contaremos nuestra hazaña para sobrevivir. Atravesaremos volando los Andes con un saco lleno de escombros a nuestras espaldas, mientras el frío nos atraviesa la piel, con la esperanza de que cumpliremos nuestro objetivo: sobrevivir.

Quiero terminar con otra frase de Roberto Canesa. Dice así:
"Cuando parece que todo te encierra y que no hay salida, como en el medio de la cordillera, una puerta siempre se abre. No lo olvides."


Si os interesa la historia de estos hombres os recomiendo la siguiente página:  
www.viven.com.uy 
En ella podréis informaros de toda la experiencia vivida en los Andes, así como ver fotos inéditas y entrevistas en las que los dieciséis supervivientes relatan su lucha para sobrevivir.






martes, 19 de julio de 2011

¿AFORTUNADO?

Me desperté una mañana,
reconocí un jardín sobre mi.
Miles de flores se enredaban,
construían un laberinto sin fin.
Caminé sobre sus raíces,
mis pies descalzos posé
y la tierra seca noté.
Ante mi mil riquezas aparecieron,
corrí hacia ellas, pero no las alcancé.
Después una mujer y el amor eterno,
pero era un espejismo lo que deseé.
El suelo bajo mi se abrió
y una mano al infierno me arrastró.
Todo lo malo el demonio me enseñó;
al jardín deseé volver.
Humedad en mi rostro comencé a notar,
se arrastraba por el cuerpo para ir al suelo a parar.
Raíces de flores nacieron donde la lágrima cayó
y una mano desde el cielo me salvó.
Habiendo contemplado lo bueno y lo malo pensé:


                         "¡Qué afortunado soy!"