jueves, 22 de agosto de 2013

LA MALDAD DE TOCARTE EL OMBLIGO



Recuerdo que cuando era pequeña hurgaba en mi ombligo en busca de pelusas o sudor acumulado en ese agujero con fondo.
Cuando mi madre me miraba me reñía y me decía:
"No toques ahí que es malo".
No preguntaba el por qué, simplemente dejaba de hacerlo y me lo creía.
Tenía fe ciega en lo que me decía, en lo que a ella le habían enseñado de pequeña. Sabiduría que fue pasando de generación en generación hasta mis días.
Aún hoy, cada vez que mi ombligo sufre la amenaza de ser invadido, retumban en mi cabeza las palabras de mi madre.
Supongo que a ella mi abuela le enseñó la maldad de tocarte el ombligo para disfrazar su miedo a que ese nudo prodigioso que ella había conseguido con mimo y dedicación se deshiciese.
Quizás se trate de una de esas cuestiones psicológicas o filosóficas que vienen a decir algo así como: "un niño que se hurga en el ombligo está rebelando, de forma inconsciente, un conflicto con la madre que es herencia del útero materno".
Y claro, qué madre quiere ver como su hijo rebela al mundo su conflicto con ella; ninguna quiere que se cuestione su capacidad para ser una buena madre.
Algunos católicos depravados irían mas allá y dirían que eso es el reflejo de los coitos con las mujeres en cinta: "El niño transmite con esa penetración dígito-umbilical lo que vio a través del líquido amniótico".
Otros apuntarían que "es la continuación del auto descubrimiento normal de un niño. Investiga los recovecos de su cuerpo para tener conciencia de sus formas y placeres".
Yo creo que meterse el dedo en el ombligo rebela que dentro hay algo que sacar.
Punto.


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