jueves, 17 de mayo de 2012

EL MONSTRUO DE MI ARMARIO


A diferencia de lo que pueda parecer, en mi armario nunca hubo monstruos: no cabían. No me imagino a un terrible y temible monstruo encajado entre la ropa apretada en perchas y las mantas. Si alguno tubo la brillante idea de intentar entrar en mi armario, seguro que al abrir la puerta se le quitaron las ganas:
"¡Puf! ¡Y una mierda!"
Los monstruos que atormentaban mis noches de infancia tenían el resto de la casa para esparcirse y fastidiar.
El peor de todos era el que vivía en el salón. Un ser horrible, enorme y con unas garras largas acabadas en uñas. Su sonrisa era tan siniestra que cada vez que tenía que pasar por delante de la puerta para ir al baño sabía que se estaba riendo de mi y planeando un futuro doloroso para mis huesos.
Otro de los esbirros del miedo era el que habitaba en el pasillo. Era muy rápido y sibilino, por lo que tenía que atravesar corriendo el pasillo al tiempo que encendía las luces, pues es bien sabido que la luz espanta a los monstruos.
Muchas veces, mientras escapaba, el muy canalla tiraba de la alfombra provocando que resbalase y pasase de largo la puerta de mi habitación, lugar seguro donde los haya, era la "casa" del escondite.
Aún así había noches en las que los monstruos se conchababan y entraban en mi habitación. Era entonces cuando tenía que echar mano del armamento pesado: mi hermana.
Mi hermana y yo compartíamos habitación y eso, además de ser motivo para afianzar lazos y destrozar los criterios sobre la limpieza (ella no lo sabe pero gracias a mi negativa sobre ordenar el armario, este estaba limpio de monstruos...¡De nada!), también es un fuerte arma contra los miedos de la noche. Que no podía dormir, ahí estaba ella para distraerme hasta caer rendida; que un monstruo me esperaba en el pasillo para hacerme caer con la alfombra, ahí estaba ella para acompañarme al baño; que eran las 07:00 de la mañana, ahí estaba ella durmiendo a pierna suelta mientras su hermanita pequeña tenía los ojos como platos desde las 02:00...supongo que a veces los héroes se cansan y nos mandan a la mierda.
Recuerdo que una noche por mi cabeza rondaban miles de imágenes desagradables sobre un montón de hormigas asesinas comedoras de seres humanos (quiero agradecer esa noche a los productores, actores y directores de "MacGyver", sin vosotros no hubiera sido posible) y, como otras muchas noches, desperté a mi hermana. Su solución ante semejante problema fue sencillamente brillante. Levantó las mantas en señal de "ven a dormir conmigo" y cuando estaba acurrucada a su lado me dijo:
"Cógeme de la mano, así cuando sueñes cosas malas no estarás sola".
Parece una tontería, pues aún no se ha demostrado que por medio del contacto físico dos personas compartan sueños, pero funcionó.
La recuerdo también de rodillas alado de mi cama contándome  cosas divertidas y ayudándome a pensar en lugares agradables para desterrar a los monstruos de la casa. Sin lugar a dudas era el arma definitiva contra los monstruos y pesadillas.
Pero todo arma tiene un punto flaco; el de mi hermana eran las tormentas. Con el primer trueno comenzaban sollozos acompañados de súplicas para que mis padres nos diesen asilo en su cama; si, a las dos. ¡Por favor, yo veía monstruos por mi casa ¿Cómo no iba a tener miedo a unos sonidos producidos por dios sabe que fuerza sobrenatural y terrorífica?
Tras unos minutos cansinos de pucheros se encendía la luz de la habitación de mis padres y cuatro piececitos descalzos corrían por el pasillo esquivando a su monstruo para meterse a salvo entre papá y mamá.
Este refugio no duró mucho, con el tiempo fue sustituido por silencio y aprendimos a sobrellevar las tormentas, claro que con la luz del pasillo encendida. ¡Qué buenos son los padres!, dejan la luz y se cargan dos problemas de un plumazo: a los hijos dando por saco por la noche y al monstruo del pasillo. ¡Bravo!

"El sueño de la razón produce monstruos".
Francisco de Goya.
Con el paso de los años me he dado cuenta de que los monstruos que tanto temía solo era uno: la oscuridad. Que con cerrar la puerta del salón ese monstruo se quedaba quieto y cae rendido al sueño con el aburrimiento. Que la alfombra que me hacía resbalar era consecuencia de ir corriendo por un suelo de madera pulida y que las películas son ficción.
Mi hermana ahora ya no comparte habitación conmigo y tiene un retoño al que espantarle sus monstruos, pero mi armario sigue "petado", sin un mínimo hueco para una diminuta garra.
Con los años, los monstruos que nos persiguen por la noche son otros, igual de feos, pero con otros nombres y otras caras.
Estos monstruo de la madurez no se esconden en la oscuridad, aunque esta aún nos da miedo, ahora habitan en la cabeza y son mas difíciles de ignorar; aunque no es imposible.


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