sábado, 15 de octubre de 2011

A ESTAS ALTURAS ESTABA EMPAPADA


Recuerdo que cuando era pequeña, a estas alturas del año, ya estaba aburrida de la lluvia. Los días eran breves porque regalaban sus horas a la noche. En alguna ocasión, las tormentas se sacaban de entre sus rayos y truenos un día festivo y las mamás no llevaban a sus niños al cole porque se resfriarían de hacerlo.
El trayecto que separaba mi casa del colegio era un cúmulo de transeúntes con mochila y paraguas indomables, que sorteaban charcos y goteras con mucha prisa, pero no por entrar en clase; "con lo bien que se estaba en cama mami".
Había un tramo del camino que era el temor de todo aquel que por él  pasaba en días de lluvia. Se trataba de una curva bastante pronunciada donde, en los días de muy mal tiempo, te esperaban dos cosas: un conductor con prisa por llegar y una madre con sus hijos en tensión por ver quien de los dos pasaba primero. 
Con mas nervios que los corredores de fórmula uno en la salida, mamá se ponía delante de sus vástagos y miraba al fondo de la curva; mientras lo hacía, otras madres y sus retoños se apelotonaban tras nosotros y esperaban la señal. Como William Wallace  tras su discurso para levantar el ánimo de sus tropas, mi señora madre grita "¡¡¡¡ahora!!!!!"
y un grupo enloquecido de madres y niños corren por toda la curva. A la derecha ven el enorme charco que les amenaza, mientras siguen pendientes del frente, 
 atentos a la llegada próxima de un conductor. ¡Ahí lo viene!, ¡se acerca! El muy cabrón parece que acelera ante la llamada del montón de agua y los paraguas y mochilas botan con mas fuerza logrando escapar; todos menos Pablito. En el fondo es un afortunado, volverá a casa para cambiarse y quizá se resfríe ganándose unas merecidas vacaciones.


Sobrepasada la primera prueba, siempre quedaba el golpear del viento contra nuestros paraguas. Como una buena capitana de navío, mi madre dirigía  la colocación del artilugio: "ahora sopla de la derecha", "por la izquierda", "el traicionero nos viene por detrás". La coreografía de colores debía ser divertida.
Al paso por las casas llegaba la picaresca y la música. Acompañando el murmullo de las voces a medio despertar, se escuchaba el golpeteo de las gotas de los tejados . Ese golpe sobre el paraguas era tentador. Tanto, que variabas el rumbo solo para que fuera tu paraguas el afortunado.¡Ploc, ploc! Subías un escalón, te pegabas a la pared de una casa, como consecuencia rascabas la fachada con las varillas del paraguas, bronca de tu madre. ¡Qué recuerdos!
Pero lo que, sin lugar a dudas, era el sumun de lo prohibido y, por lo tanto, imposible de evitar: eran los chorros de agua que caían por los canalones de los tejados. Ahí estaban, golpeando la acera, iluminados por un alo de luz celestial cuya música te llamaba. Te llamaba e ibas. Uno tras otro, todos pasábamos por él (jejejejejejeje). Lógicamente, mamá sabía de antemano lo que ibas a hacer, y te dejaba. Eso si, una vez debajo, alargaba su mano y empujaba de ti tirando de la punta del paraguas. Si, sirve para eso; para cortarte el rollo cuando eres pequeño.
Consecuencias: tu mochila se moja porque el tirón la deja a merced de la lluvia, la manga de la gabardina de tu madre se moja porque le cae todo el chorro encima, tropiezas con tus hermanos porque el paraguas te tapa la visión frontal y les mojas sus mochilas con tu paraguas porque eres más bajito que ellos. Pero el chorro no se puede evitar, es sagrado, una cuestión de fe.
Con todo llegábamos al patio del cole, donde comenzaba el cambio de vestuario: botas mojadas por zapatos secos y fríos. Una vez  te despojabas del chubasquero, entrabas en clase dejando una hilera de gotitas a tu paso, te sentabas y ya no te tenías que preocupar de nada de fuera. Por no preocuparte, ni te preocupabas de tu madre. No era necesario; ella enseñó a William Wallace, es capaz de adelantarse a los golpes del viento y sabe de sobra donde están los mejores chorros de agua para divertirse por el camino. No es necesario preocuparse por ella, ya es "mayorcita".


No hay comentarios:

Publicar un comentario