domingo, 23 de octubre de 2011

Y, A PESAR DE TODO, COMÍAS CHUCHERÍAS


Aquí estoy, en mi casa, muy abrigada, escuchando la lluvia y con un montoncito de pañuelos de papel impregnados por mis mocos. Si, estoy resfriada.
Desde la mesilla, me está llamando un paquete de Donuts de chocolate; creo que su victoria es inminente, ya que la nostalgia se ha puesto de su lado.
Cuando de pequeña conseguía convencer a mi madre de que estaba muy enferma (supongo que el pasarme parte de la noche vomitando también ayudaba a ello), también conseguía otras muchas cosas.
Primero, y muy importante para un niño, no ir al colegio; lo que ya era, con perdón, la ostia. ¿Cuántas madres te dejaban sin clase solo porque estabas enfermo? o ¿a cuántos de vosotros os funcionaba lo de que teníais fiebre? A ninguno. Ellas tienen un termómetro que no falla nunca: la palma de la mano. O, en su defecto, y ya para las más "pros", los labios. Con un beso en la frente saben si te vas a morir o no por la fiebre.
Una vez superada la primera prueba, te toca meterte en cama, no vaya a ser que te coja el frío (tarde, ya me cogió) y te pongas peor.
Y ahí estás tú, en la cama, sola, sin nada que hacer, aburrida, enferma, y sola. ¡Qué mierda! Ya que me quedo en casa podía...podía...podía no aburrirme y no estar sola. Que estoy enferma y no noto empacho de mimos.
Pero no hay problema. En un rato, corre la voz de que la pequeña de la casa está "malita" y por las escaleras sube corriendo mi abuela para ver como de mal estoy; y de paso, empacharme. Literalmente.


Con mi abuela, también entraba en mi habitación la tan vilipendiada bollería industrial. Una caña de chocolate y crema, un triángulo, unos Donuts; cualquiera de ellos era un manjar de dioses que se me ofrecía como cura. Pero se quedaba en la mesilla. Por lo menos hasta después de la sopa de pollo que tu madre te había preparado.
Habías estado vomitando casi toda la noche, la garganta te dolía porque tus amígdalas, bastión por excelencia de tu cuerpo, estaban sitiadas y tú, a pesar de todo, comías chucherías. ¡Con dos cojones! ¿Qué ibas a hacer? ¿Un feo a tu abuela? Esa mujer cuyo sentido arácnido presintió que estabas postrada en una cama, sola, aburrida y con dolor de tripa. ¡Vamos hombre! Ante todo educación.
Con la llegada de la hora de comer, surgía esa frase tantas veces pronunciada por un niño. Mientras todos comían en la cocina, tú seguías sola en la cama. Entonces, forzando tu garganta, gritas: "¡Me aburro!" Pero nadie acude. Lo intentas otra vez: "¡Me aburro!" Y nada. Aunque, parece que alguien se acerca; si, es uno de tus hermanos. Sabía que en el fondo soy para ellos algo más que la enana toca pelotas con la que tienen que cargar de aquí para allá; también soy su fuente de bollería industrial. "La abuela trajo Donuts para los tres" ¡Y una mierda! Los trajo para mi, que para eso estuve echando mis entrañas por el water toda la noche. 
No importa, vivimos juntos, y los resfriados se contagian; ya me cobraré con una caña de chocolate y crema, un triángulo o unos Donuts.
Pero lo mejor de estar enferma era el  poder disfrutar de la televisión en la habitación todo el día (para los más jóvenes, antiguamente, la televisión solo estaba en la cocina y, quienes tenían dos, en el salón también). Claro que, al no tener mando a distancia 
(para los más jóvenes, antiguamente, había televisiones en las que, para cambiar de canal, te tenías que levantar -¡dios mio!- y pulsar con un dedo los botones), terminaban por quitártela para que no dieses el coñazo con un: "¡Mami, me cambias de canal! ¡Me aburro!"
Ahora de mayor ya no te quedas en casa por un resfriado, te vas a trabajar igual y a extender el mal por todos tus compañeros; prestar pañuelos de papel afianza los lazos empresariales. Al llegar a casa no tienes una sopita de pollo, si la quieres te la haces tú. Ya no te hace ilusión ver la tele desde la cama, no es una novedad, ahora es rutina.
Y ningún hermano te roba un Donuts, porque al salir de trabajar no te apetecía ir a la tienda a comprarlos.
Acabo de comerme uno de chocolate pero no me sabía como los de antes, igual tenía que estar en cama, sin nada que hacer, aburrida y sola. Igual  para disfrutar de un resfriado hay que ser pequeña. 

  

2 comentarios:

  1. que bueno!! me has recordado muuuchas cosas.
    espero que estes mejor ya... yo sigo sin quitarme el catarro tambien.
    besoteee!

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  2. Hola guapa! El catarro aún sigue por aquí. Es increíble lo fuerte que pegan los virus de los peques, me lo pegó mi sobrino y llevo un semana. Pero estoy mejor. Ya vi que tú también estás chunguilla;ponte buena eh!Un biko.

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