miércoles, 25 de enero de 2012

Y EL SUELO NO ERA BLANDO


Cuando mi barrio era un barrio de mala fama los niños jugábamos en la calle, correteábamos por entre los callejones que rodeaban los muros de las casas y llegábamos al final del día sucios, con las uñas negras de toquetearlo todo.
Por aquel entonces no nos pasaba nada, no corríamos ningún peligro. Esto se debía a la existencia de un cuerpo especial de vigilancia que nosotros no conocíamos, pero que existía.
Este cuerpo estaba formado por la élite del barrio, personas perfectamente cualificadas y con un duro entrenamiento a sus espaldas. Digamos que en el momento que una mujer era madre, pasaba a formar parte de este cuerpo.
Apostadas en las ventanas y balcones controlaban a todos los niños del barrio; todas conocían a todos los vástagos nacidos en unos 200 metros a la redonda de sus casas.
Una madre podía dedicar tiempo a sus quehaceres porque las demás lo tenían todo bajo control.
Claro que este muro invisible de seguridad tenía una pega: tenías que ser bueno, sino tu madre se enteraba.
Una de las prácticas que llevaba a cabo el C. M. P. S. (Cuerpo Maternal de Protección y Seguridad)- me lo acabo de inventar, pero mola mogollón- era el de colaborar en el desplazamiento de infantes al extremo opuesto de su hogar; o lo que es lo mismo, ayudar a cruzar la carretera.
La madre en cuestión se colocaba en su torre de vigilancia -ventana o balcón en su defecto- y desde allí, con sus hijos en el borde de la acera, vigilaba que no viniesen coches. En el momento que la carretera estuviese despejada, ella gritaría un "¡cruza!" y los niños llegarían a salvo al otro lado. Brillante, ¿verdad? ¡Y aprendimos a cruzar correctamente!
En mi barrio, cosa que no ocurre hoy en día, teníamos nuestro propio parque. Hoy es un hostal al aire libre sin ningún columpio, eso si, con una estatua de piedra. ¿Cómo se juega con eso?
Por aquel entonces jugábamos en columpios, toboganes, balancines y otros artilugios todos medio oxidados; ¡qué inconscientes! Podríamos haber muerto, o peor aún, podríamos haberlo pasado en grande. Era genial hacer chocar los columpios, el ruido se escuchaba en todo el barrio. 


En invierno el suelo de tierra -si, era de tierra e incluso había piedras - se empapaba con la lluvia y era muy divertido columpiarte por encima de los charcos que se formaban en el agujero que se iba haciendo con los pies de los niños del barrio.
No necesitábamos un suelo blandito, si te caías te raspabas las rodillas, llorabas, un poco de "cromer" y ya estabas para otra. En urgencias no había niños con heridas en las rodillas, se curaban en casa, el C. M. P. S. estaba perféctamente equipado con todo lo necesario para curarte.
En aquellos tiempos no había suelos blanditos, el suelo era de tierra o cemento. Los niños nos hacíamos fuertes a base de caídas y las costras eran el testigo mudo de un gran salto desde el columpio.
Mientras nosotros curtíamos nuestro cuerpo, nuestras madres nos controlaban el tiempo de juego. Cuando este expiraba, un grito desde el balcón bastaba para que nos fuésemos para casa. Ya estaba, era así de simple, tu madre gritaba tu nombre y tú te ibas para casa; no nos daban una perdida al móvil.
Tras despedirte de tus vecinos ya quedabas para el día siguiente. El "WhatsApp" no existía, y si alguno no aparecía se iba en grupo hasta su casa a buscarlo. Incluso había veces que el vecinito en cuestión no podía venir a jugar porque su madre le castigaba; claro las mamás te castigaban si te portabas mal y tu cumplías el castigo.
Aquellos eran tiempos en los que se veían grupos de niños por las calles sacando a pasear su imaginación; unos eran exploradores en busca del último dinosaurio vivo que se escondía en las ruinas de una casa vieja, otros eran un ejército americano -por entonces aún eran héroes- en una misión muy peligrosa cuyo objetivo era alto secreto y los había que, montados en sus bicicletas, perseguían ser los campeones de una carrera a vida o muerte en el circuito más peligroso. 
Si, entonces los niños jugábamos en la calle y no nos pasaba nada; bueno algún hematoma que otro si que nos llevábamos para casa, pero eran los daños colaterales por jugar a la pelota, las guerras o caer de la bici. 
Lo bueno de esos daños colaterales eran los mimos que luego recibíamos del C. M. P. S.



No hay comentarios:

Publicar un comentario