sábado, 3 de marzo de 2012

CARAMELOS PARA TODOS


Hace unos días fue mi cumpleaños y con 31 años recién cumplidos me he dado cuenta de que se pierden las buenas costumbres, los pequeños detalles con los que de pequeño eras feliz.
Mis padres nunca celebraron los cumpleaños de sus hijos con grandes fiestas en las que acudían a casa los amiguitos de sus retoños a comer patatillas, sándwiches de queso, mortadela, salami o "Nocilla".  Nuestras celebraciones eran muy familiares, con una comida en familia, una tarta con muchas velas y, por supuesto, los regalos. No existía la posibilidad de perder a tu hijo entre una marea de bolas multicolor: "Lo sentimos señora, cuando el socorrista del "chiquipark" la alcanzó, ya era tarde para su niña. Las bolas son así: imprevisibles".
De entre todos los rituales del aniversario de tu nacimiento había uno que destacaba por encima de los demás: la repartición de caramelos.
Este breve acto se celebraba en el colegio, entre tus compañeros de clase. Unos días antes tu madre, muy previsora, te pedía que contases a todos tus compañeritos para saber cuántos "kilos" de caramelos había que comprar. Tú, como un buen hijo, llegabas a clase y contabas, lo que no era del todo tan fácil; no te podías despistar, había que fijarse si faltaba alguien para no olvidarte de él. No podía ser que por culpa de un catarro mal curado Luisito se quedase sin su dosis de caramelos.


Ya con todos tus compañeritos contados y recontados tu madre se iba a comprar caramelos, una bolsa enorme porque: "...A seis caramelos por niño, teniendo en cuenta que son 32 en la clase, tengo que comprar 192 caramelos...bueno 200 para redondear". Y era entonces cuando entraba en tu casa una bolsa repleta de caramelos de todos los sabores junto con unas muy claras instrucciones: "Cuando la profesora te de permiso tienes que dar a cada uno de tus compañeros seis caramelos". 
¡Qué nervios tenías en toda la noche! Al día siguiente era el gran día, ¡tu gran día! Después de repartir los caramelos podías "ser guay" entre tus compañeritos o ser el capullo que en su cumpleaños los hinchó de caramelos de coco y anís. Eso era algo que le tenías que dejar muy claro a tu madre. Los sabores adecuados eran el pasaporte hacía un curso tranquilo y sin incidentes; perder tu dignidad por culpa de un caramelo de anís metido por el culo no era el objetivo.
Una vez en el colegio ibas pasando por la mesa de cada uno de tus "amiguitos" y les ibas dejando el puñado de caramelos que tu madre te había indicado. A cambio recibías un "felicidades" de cada uno de ellos y el "Cumpleaños feliz" al unísono de toda la clase. Y ya estaba, no había más. Era así de sencillo.
Luego claro, con el paso del tiempo, las nuevas tecnologías lo hicieron mucho más sofisticado. En un momento dado, sin saber cómo, surgieron "las bolsitas de chucherías". ¡Eran lo más! El niño que en su cumpleaños repartía a cada compañero una bolsita con chucherías - esto era una mezcla de piruletas, caramelos, chocolatinas, globos, gominolas...- tenía ganada la paz eterna en el patio del colegio y el resquemor de los que no sucumbíamos a las nuevas tecnologías.
Pero, ¿quién fue el primer niño en empezar esta tradición? Nunca me lo había preguntado hasta ahora. ¿Sería algún hijo de profesor que compraba su tranquilidad a cambio de caramelos? o tal vez, ¿un niño cuyo padre tenía un quiosco y se deshacía de los caramelos melados en el cumpleaños de su hijo? No lo se, pero fuera como fuese, esa tradición llegó hasta mi y la he vuelto a recuperar entre mis amiguitos de treinta y...  
Aunque nos han pasado los años para todos, cada uno de ellos esperaba con curiosidad nerviosa a que les diese la bolsita de caramelos. Si ¡¿qué pasa?!, ahora soy yo la que compro los caramelos y puedo darles a mis amiguitos lo último de lo último en caramelos.


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